El oficio de «director musical» en un campo de concentración nazi

El oficio de «director musical» en un campo de concentración nazi

TEMA 7.8 | El oficio de director en un campo de concentración

Es conocido por todos que las bandas de música, sobretodo antes de la era tecnológica, han sido un elemento clave en las guerras. Transmitían las órdenes militares a través de sus “toques”, permitían una mayor coordinación en el desfile militar y estimulaban el ánimo de los combatientes en las acciones bélicas.

Los campos de concentración nazis también tuvieron sus propias bandas-orquestas que tenían como misión oficial la de acompañar la salida del Kommando de trabajadores y recibirlos a su regreso. Entre otras funciones, las bandas realizaban algún concierto dominical y actos destinados a divertir y distraer a los soldados de las SS; por lo que era común ver a cuartetos tocando a altas horas de la madrugada a cambio de unos cigarrillos o de unos dulces. También se ha dicho que las bandas acompañaban con su cruel música a los condenados en una procesión tenebrosa cara las cámaras de gas. Esta leyenda por lo general no es cierta, aunque en unas pocas ocasiones sí que los músicos tocaron para los presos que iban a los crematorios.

La teoría era que la banda interpretaba marchas alegres con el propósito de animar a trabajar y estimular alegría para vivir. Pero eso es sólo la teoría. Unos defienden que la música era un apoyo moral para los presos demacrados, dándoles fuerzas para continuar; otros consideran que la música provocaba el efecto contrario y que desmoralizaba a los presos, contribuyendo a acabar con ellos más rápidamente.

Personalmente estoy más de acuerdo con la segunda teoría. Imaginemos a unos presos desnutridos, desfilando de cara a los campos de trabajo y al son de una banda que toca temas de exaltación nazi. Imaginémoslos también después de largas horas de trabajo, teniendo que volver a sus bloques al ritmo que marcaba la banda y que muchos ya no podían llevar. Sin duda era todo menos arte.

Para los comandantes de cada campo su banda-orquesta aseguraba el funcionamiento de la disciplina, sirviendo además a modo de divertimiento y distracción de sus soldados.

 

En Auschwitz, en el campo de Birekenau, había una banda compuesta por instrumentos de madera, metal y percusión a los que se sumaban músicos de cuerda en los conciertos. Al ser una banda constituida por judíos a los que iban a ejecutar, la plantilla de la agrupación era muy flexible ante la llegada y partida de los músicos.

Zaborski, que había ejercido de organista, llegó al campo de concentración por colaborar en la fabricación de actas y documentos falsificados para ayudar a los judíos. Una vez en el campo fue nombrado kapellmeister de la banda, con la que marchaba con su helicón en los desfiles. Kopka, que tocaba el tambor, era el kapo de la banda en las marchas. A la muerte por enfermedad de Zaborski, Kopka se convertiría en el nuevo director de la agrupación.

“Kopka deja la batuta a un lado y dirige con dos dedos de cada mano, con el índice y el medio, haciendo también unos movimientos con todo el cuerpo supuestamente divertidos y haciendo caras de un conocedor experto. Por suerte, los músicos no le prestan atención, de lo contrario perderían el ritmo” (Laks 2008)

Kopka era un mal tipo, aparte de ser un mediocre músico. Sin duda vio en el puesto de director la mejor oportunidad para poder sobrevivir en el campo. Es comprensible así de que en los campos de concentración hubiese un gran interés por ser el kapellmeister, pues en ello te iba la vida en juego.

“Ahora los ensayos se llevan a cabo bajo mi dirección (…) La verdad es que lo reconozco sin ningún escrúpulo, introduzco intencionadamente en mis orquestaciones el máximo de dificultades rítmicas que imposibilitan a Kopka poder dirigir un ensayo, ¡y ya no digamos interpretarlo en público! Nunca he sentido la necesidad de lamentar haber usado esta sucia artimaña…” (Laks 2008)

 

Simon Laks, arreglista de la banda, sería el próximo y último kapellmeister de este campo de concentración. Su labor comenzaba a primera hora de la mañana, al frente de la banda donde desfilaba con los kommandos en dirección a los campos de trabajo. Al término del desfile y ya sentados, interpretaban temas alemanes mientras que los condenados continuaban marchando para sus respectivos labores. Concluido este pequeño concierto excepto el director y dos músicos, que hacían de copista y arreglista, todos también iban a trabajar. Un poco antes del fin de los trabajos diarios, los músicos volvían a por sus instrumentos y de nuevo continuaban con el desfile de regreso.

 

El Comandante Schwarzhuber, la máxima autoridad del campo, era un amante apasionado de la música. El Lagerfüher exigía constantemente un aumento del repertorio, tanto de marchas, música popular, fragmentos de óperas, así como temas actuales de jazz. La banda sobrepasaba ya los 40 componentes y ensayaba dos días por semana a las tardes, en sesiones de tres horas, para preparar los conciertos de los domingos. El nuevo director había conseguido además que la banda no actuase si las inclemencias del tiempo no lo permitían. Anteriormente ya negociara la liberalización de sus músicos en los trabajos más forzados, con el pretexto de tener mejor agilidad en los dedos; a lo que el Comandante accedería a cambio de que interpretasen frecuentemente nueva música. El trabajo del director como arreglista era constante, agotador y sometido a una gran presión según los caprichos musicales del Lagerfüher.

 

En los campos de concentración los hombres estaban separados de las mujeres, por lo que existía un campo paralelo. Es por lo que también coexistía una banda femenina. La directora de la agrupación en Auschwitz era Alma Rosé, una excelente violinista. Las mujeres-músicos estaban exentas de realizar trabajos. Su actividad era estrictamente musical, recibiendo además una doble ración de sopa y guarniciones para el pan.

Por lo general, los músicos y directores de los campos salvaron muchas vidas. En cuanto se enteraban de que algún holandés o judío tocaba aunque fuese a nivel amateur, lo recomendaban para entrar a formar parte de la banda. Si no era buen músico finalmente no lograba sobrevivir mucho tiempo pero si demostraba su valía y deleitaba a los alemanes conseguiría llegar vivo al final de la guerra. No obstante es conveniente aclarar que el ser músico no les garantizaba la supervivencia, ya que dependían de que el Comandante de cada campo viese útil o no la actividad de la banda.

El propio Schwarzhuber, que mencionamos como melómano, trató con otro Comandante para que le cediera de su campo atriles e instrumentos para su apreciada banda, después de que hubiesen quemado a casi cuatro mil checos en una sola noche, músicos incluidos.

 

“La directora del grupo (…) me han dicho que es una buena compañera y que más de una vez se ha enfrentado a las autoridades cuando se trataba de la salud o de la vida de sus compañeras. Ha salvado a más de una de las garras de la muerte, pero al final ella misma contrajo el tifus que de una manera brutal cortó el hilo de su breve vida” (Laks 2008)

 

En la actualidad, en diversos países existen bandas y orquestas en sus cárceles. Están compuestas en algunos casos por militares o funcionarios de prisiones y en otros por los propios presos, como una actividad formativa y de reintegración social para cuando vuelvan a ser puestos en libertad. De ningún modo estas bandas de prisiones se pueden comparar a las de los campos de concentración; vergüenza de la humanidad y de nuestro propio oficio. Desgraciadamente para el director de aquellas su oficio no era un arte musical, sino simplemente el conducir música para sobrevivir.

 

© 2011. Carlos Diéguez Beltrán (Todos los Derechos Reservados)

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